Tiempo invisible (y II)

Hay, en esto del tiempo y sus herramientas, un recuerdo constante de que lo que es ya fue y lo que será dejará de serlo. Vuelta constante e impropia del que no gusta madrugar. Dos vueltas y a empezar de nuevo. Sí, tuve un reloj digital, y mi despertador también lo es, pero no concibo con un reloj de este tipo el tiempo de la misma forma. Durante mucho tiempo desistí de usar reloj porque no quería ser prisionaera de un estado mental de pertenencia inevitable, pero todo acabó por hacerme depender de él; si no era el celular en el bolsillo, era el reloj de la computadora, las menciones constantes en la radio, el reloj del coche, hasta me entrené para ver la hora en los relojs de otras personas desde lejos y evitarme la molestia de preguntar. Se torna en jaula el dejar correr el tiempo mientras sigues sin avanzar, y finalmente decidí que me gusta más la redondez del camino de una manecilla que el parpadeo del segundero digital. Valía la pena no jugar a calcular el tiempo. Ahora puedo darme el lujo de cronometrar mis caminatas y no pasarme de mi tiempo de comida, aunquel, cada noche, programar el despertador me asusta porque dormir se ha vuelto un lujo que hay que hacer deprisa para que rinda. Sucumbí al gusto de ser parte de todos los horarios a los que la mayoría llegamos tarde. Y por primera vez decidí unirme al regalo de un reloj, y quizá Cortázar se burlase de mí. Al final del día sigo observando cómo avanza la aguja, aunque parezca una mera pérdida de tiempo, pero no puedo perder lo que hago con gusto, y que además nunca tuve. No puedo ser dueña del tiempo, o del avance del segundero, porque al final es sólo una manera de no perder una cita. Al menos y dentro de la perentoria necesidad de control, me gusta estsar dentro de la idea y darme el gusto de disfrutar cómo avanza.

«Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan -no lo saben, lo terrible es que no lo saben-, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.»
Preámbulo a las «Instrucciones para dar cuerda a un reloj» Julio Cortázar