Es el cuento de nunca empezar

Él ni se dio cuenta cuál era el propósito, y ella no recuerda cuando perdió las riendas.

Comenzó como un juego, tentando las aguas de un lupanar con una vaga meta de venganza. ¿Venganza por quién? Cayeron máscaras de un lado y se pintaron dudas por él otro, no había salida cuando la razón se había perdido en una apuesta sin contrincantes.

Dos palabras, y luego una mirada para que él supiera que había dado en el clavo y ella que estaba perdida.

Detrás de lo que no enseñaban, él nunca le confesó que ella era su musa, y ella no olvida que él le ofreció su corazón en una noche de copas. Ella nunca le dijo sí, y por miedo a perder él deseo se justificaba en autoestimas.

Mientras llueve en el país de nunca jamás, él no sabe que ella le sueña, le desea, le imagina en cada rincón, que sin darse cuenta ella no le deja ir loa fines de semana, casi como un cariño maternal que la lleva a preocuparse por él.

Juegan, se niegan, y luego entristecen.

Es el cuento de nunca acabar: él le dice ven, ella dice luego para después lanzar indirectas para ser llamada de nuevo. Él vuelve a llamar, luego de vergüenzas para que ella se acerque un poco, pero no se atreva a caminar. Y así de vuelta a empezar.

Se buscan y se pierden la curiosidad y la empatía.

Cuando ella despertó, la maraña había desparecido, igual que el sin sabor del «hubiera» y el suspiro del recuerdo. Él no supo dónde mirar cuando se topó con lo único que había pedido: soledad. Juegos de palabras, miradas intuitivas y un saludo cordial que el tiempo despide entre esquelas y tumbas. Ella deja de soñar con algo que podría ser, y él deja de pensar que ella sueña.

No es amor, no lo será, porque no hay quien lo permita en cada punta de la daga. Y por eso más doloroso, porque entre negación y deseo se asoma la crueldad.

Adiós sin despedida, sin jamás.

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Si por un segundo…

Si por un segundo debo confesar una verdad, callaré hasta enloquecer con tal de no hacerte saber que te extraño. No valdría la pena otorgarte un control que no tienes, en palabras que no son tuyas, y en sueños que van mucho más lejos de lo que te habrías podido imaginar.

Si por un segundo debo confesarte que una mentira, haré creer que no es importante, que tengo prisa, que me duele, y cuando tenga que hacerlo provocaré ese sentimiento que te controla: culpa.

Si por un segundo he confesar un perdón, lo haré sin darle importancia, sin generar alusiones de vergüenza y con la cabeza en alto, después quizá me de la media vuelta, con una  lluvia de reproches en mi espalda.

Sólo un segundo para que un abrazo parezca obligado, una palabra olvidada, y una mirada perdida. Mañana me sentiré peor, jugaré a que no pasa nada, a que no te conozco.

Quizá por un segundo me arrepienta, quizá por un segundo te recuerde.

Si por un segundo debo confesar que te necesito, quizá me deshaga antes de terminar, y desaparezca como el mismo viento en medio del huracán.

 

Es una princesa

Es una princesa.

Ojos de añil, aire turquesa, nariz respingada y talle largo. De tenedor y servilleta viste el almuerzo y se destierra a una vida paralela del otro lado de su espejo. Hace de cuerpo y mientras tira de la cadena suspira un mal sabor de boca. Los sueños de almohada abandonan con el maquillaje, las ojeras se esconden por miedo. Será lo que quieren que sea.

Es una princesa en un castillo de naipes, todo suyo, sólo suyo, con ecos y rumores por miradas perdidas. Toma el té, sin sorber la sopa, y sin nunca pasarse ante su gusto por el chocolate. Un lazo, un diamante, una pantalla de cristal y una agenda de sonrisas. Lava sus manos, unta la crema, y acaricia las hojas del ciruelo de su ventana. Más allá de la luna que la mira hay un despojo de posibilidades.

Es una princesa, y le huele la boca. Malestar estomacal por un sinsabor de coraje. Habla sin hablar y juega sin ases, no sabrás su historia, y no sabrás su conciencia, sólo sabrás que se ha ido cuando sople el viento en su silla vacía.

¿Será soledad o simple melancolía?

Es una princesa y miente tan bien, que no hay ardor que provoque ni chícharo que no note. Dice que no, y piensa que sí, mas debe la negativa y se arrepiente del abandono. Cinco palabras, quizá hasta diez, te otorga sin esperar que le cuestiones el silencio.

Es una princesa en vestido de seda, y un monstruo cuando acapara la mirada de su ego. No es tanto como dicen, no se cree lo que le explican. Responsabilidades, trajines, un café y un cuadro de azúcar. Es lo que reflejan, lo que quieren que sea, y cuando mira, cuando en verdad observa, está en otro lado siendo lo que nunca será.

Esconde su boca para descansar el silencio.

Es una princesa de candado, de diario y pluma, de canto y melodía. Tan libre que amarrada construye una torre de marfil, donde un día sueña con postrarse y detenerse ante el mundo. Soy una princesa gritará, y entre la multitud la escuchará el taconeo de unos pies apresurados. Mañana te haré caso, princesa, y me cuentas tu historia.

Mañana fue ayer, y no hay torre de marfil, la princesa una tragedia de sangre y premonición. Quizá una leyenda, del otro lado del espejo sonríe una cara sin voz hablando palabras sin viento.

¿Quién la recordará? ¿Quién contará su historia? Si es que ya no queda nadie que la conociera en persona.

Es una princesa.