Sin pavo

Uno de los primeros recuerdos que tengo de uno de mis cumpleaños tiene lugar en el kinder. Una mesa repleta de pavitos de cartón, algún que otro sombrero de tres picos, y algún que otro disfraz de indio americano.  ¡Ah!, y una corona… la mía, por que era mi cumpleaños a la gran mesa del Thanksgiving.

Con el paso de los años ese Thanksgiving tan colorido que le enseñan a los niños donde indios y europeos se regocijan ante la misma mesa resulta ser un bulo más de la historia. Pero también es cierto que con el paso de los años esta fiesta resulta incluso más respetada que la Navidad en EEUU. Sean o no religiosos, y de embucharse toneladas de pavo para estar preparados para la guerra de rebajas de todo Black Friday, se crea una pseudo-franca emoción de ver a la familia, una vez más.

Celebrar mi cumpleaños con estas imágenes siempre me resultó lo más agradable, y me enorgullecía pensar que siempre añadiría un número a los formularios burocráticos tan cerca del día de gracias. Será por eso que el día de mi cumpleaños, y los días posteriores estoy más melancólica de lo normal, pero también más reflexiva.

Sí, soy un poco rara, y como me han repetido varias veces en los útlimos meses, mucho más tímida de lo que aparento. No tengo un millón de amigos, y lo agradezco, pero sí doy gracias por poder ser como soy con mis amigos.

El agradecimiento es la memoria del corazón. Lao-Tse

Gracias

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