Tres facturas, dos gatos y un campo yermo que aún no conozco. Dos cigarros y la pérdida de tiempo que requiere consumirlos. 10 dedos para teclear y suponer que hay algo más que una pantalla perdida en un mar de resultados en un buscador. Un pequeño desastre y con algo de suerte podré volver a decirle buenos días al portero, al señor del estanco, al argentino del café y a señora de 84 años y a su perra Lola. Si con esos pequeños aires se contase mi vida, pasaría como una brisa de verano, de esas que agradeces para descansar el brazo del abanico, pero que luego recriminas por estropearte el peinado y tan rápido como vino se fue, y quizá mañana llegue otra, quizá no.
La cabeza se aturde, quieres conseguir algo para no vaciar las arcas, y no sabes si escribir sobre al política mundial implique una pérdida de identidad… otra vez.
Esas cabezas que han sido los «viejos sabios» de tu infancia te recriminan tu falta de empuje, y el inevitable fracaso de tus decisiones más recientes… No importa cuántas sonrisas sinceras dibujes en tu rostro a lo largo de cada día. «Si eres amiga de la gente del servicio y no de la vecina millonaria»… no pues no. Si es que la señora esa no regresa nunca ni el saludo que me enseñaron que no se le niega a nadie (excepto al viejo del piso de abajo que más le vale no volver a aparecer).
Un poco aquí un poco allá, se deshojan las margaritas, regresa la primavera, y quizá el verano resulte más aletargador que una lagartija tumbada al sol. Así que con un post-it sin pegamento con un mensaje sin sentido, el bote de barniz para una pseudo mesa-baúl, libros de autoescuela, un juguete gatuno (o 10), un bolígrafo y un vaso con restos de zumo (que no jugo) de manzana se termina otro día mientras la televisión habla sin mucho sentido…
Una manzana y a dormitar.