La Pelusa

Es, creo yo, sumamente indispensable hablar de tan ordinario, común y pequeño, aunque no por ello menos importante, detalle cotidiano, al que incluso le hemos dedicado un baile descriptivo. Por trivial e insulso que parezca la pelusa… (aquí van los acordes de un piano, chan chan chan chan; y le damos un aire de importancia, misterio y exaltación) es así de pequeña y así de omnipresente, porque está ahí, aunque no le prestes atención. “Pelusa por aquí, pelusa por allá” porque la ves, te la quitas del hombro, y sin darte cuenta ya la traes pegada en la mano, y sin más vas poniéndola en la espalda de alguien… La RAE la nombra un pelo muy tenue de algunas frutas, o un pelo menudo que se desprende de las telas, o una aglomeración de polvo y suciedad que se forma generalmente debajo de los muebles… ¿Debajo de los muebles? Pero si se forma en todos lados, y es de tan variados materiales, que ni de tela, ni de polvo ni de fruta ni de árbol… Más bien parece un pedacito de aire amarrado por algún tipo de material innombrable. “Pelusa por delante y pelusa por detrás”… La barres, la aspiras, la sacudes, le bailas una canción, y ahí está, como predestinada a ser una mala broma de algún dios “gracioso”, con el único propósito de ser molesta. No hay secretos para deshacerse de ella, porque no es un bicho al cual le prometas un poco de insecticida para que desaparezca, tampoco es un pedazo de tela que sirva para algo, y por eso decido que se trata de una mala broma, tan mala que molesta… y quizá no sea tan mala después de todo…

Nadie es profeta en su tierra (y IV)

Ya para terminar, que hay muchas cosas en el tintero luchando por su lugar, y antes de que esto se convierta en una guía de turistas, que para eso ya hay cantidad de sitios y publicaciones, pero me hace falta sacarlo del sistema. Como último repaso de mis semanas de turista en casa puedo decir que:

Xochimilco no puede fallar en la vuelta, yo es que no había ido (aunque no me crean la mitad de ustedes), y no fui en plan de amigos, borrachera, sino familiar (hmmm), vale la pena, aunque le quieran ver la cara de turista a uno, ver que en los canales haya más tráfico y choques que en las calles, ser testigo de las «turboquekas» y las micheladas de caguama, y la policía acuática. Six Flags (ex-Reino Aventura) quizá un lugar no digno de ser llamado turístico, pues es sólo un parque de diversiones (¿sólo?), aunque para mí todo un viaje al pasado, un mareo chueco y una empapada gélida; para todos los que adoptamos a Keiko y le dimos de comer, le tocamos la lengua, o lo tocamos, el Mundo Marino ya no tiene atractivo. Papalote (Museo del Niño) Donde tocas, juegas y aprendes (dizque), y más tocas cuando juegas a ser ciego, y aprendes cuando te dedicas a divertirte. Eso sí el Domo digital aunque es como un gran planteario, aunque no se le compara, porque nunca verás, y es en serio, el cielo con los mismos ojos. El sistema de audio y video aún me deja con el ojo medio cuadrado, además de nada caro y digno de no ser pasado por alto. Las noches de jazz, en el Paplote no son tan recomendables (gusto personal), y el pueblo maya, pues… Comida definitivamente, al turista lo llevas a donde a tí te gusta: si son los tacos de a peso, las garnachas de la esquina, la barbacha de los domingos, o los tacos del VillaMelón… Pero los de la calle… Eso del «gourmet» está increíble, delicioso y recomendable, pero no es la experiencia digo yo. Eso sí, No olvidar NUNCA, no importa a dónde vayas y a qué hora: bloqueador solar (ojo, dije bloqueador, no protector), sombrero o gorro o tapa cabeza, gafas de sol, tenis o sandalias (por aquello de que en las sandalias no se estanca el agua), un suéter o sweater o jersey o chamarra o sudadera, y paraguas, porque en esta ciudad todo, pero en serio todo, lo que puede pasar pasa.

Y bueno, a lo que iba desde un principio, nadie es profeta en su tierra, pero más nos vale presumirnos como austeros conocedores que como valientes desconocidos. Tanto orgullo, tanto orgullo, y al final sólo hablamos de nuestro tráfico (como si fuera sólo nuestro), nuestras manifestaciones, regentes políticos y secuaces, y una comida que en esencia no se conoce en restaurantes de dedo meñique. De vez en cuando vale la pena dejar el i-Pod a un lado y escuchar lo que las calles de una ciudad tienen que contar, y girando un poco la cabeza y enfocando la mirada quizá encontremos nuestro huequito, o hasta nuestro Gemütlichkeit, y podamos presumir de lo nuestro. Yo claro, hablo de mi orgullo Chilango (iñor) y a pesar de mucho, y tan poco, amo esta ciudad con toda su gama de personajes e historias. Es una obra de arte…

Nadie es profeta en su tierra (III)

Cada vez que voy a las pirámides de Teotihuacan (las puedo contar con los dedos de una mano), no puedo dejar de pensar en el propósito sagrado con el que fueron construidas, no sólo las pirámides, sino toda la ciudad, y el hecho de que de éste lugar en particular no se sepa su nombre original, uso, ni mucho más, le añade ese aire de misterio y majestuosidad. Yo tenía pensado alcanzar la cima de alguna de las pirámides (sólo pude en la «Del Sol», porque la de «La Luna» está en «trabajos») que ahí gobiernan, tomar una bocanada de aire místico para inhalar algo más que aire corriente. Por supuesto que la bocanada me resultó fastuosa, pero más por la falta de aire después del tremendo esfuerzo que requiere, literalmente, trepar las escalinatas. Total que no hubo misticismo, ni incienso, ni grandilocuencia sagrada en esa respiración, pero sí iluminación, porque ahí en Teotihuacán el Sol no se hace extrañar y, sin exagerar, me tatemó los brazos.

Fue una turisteada al 100%, porque a pesar de haber visto y leído innumerables estudios e investigaciones al respecto del lugar, pareciera que al llegar ahí todo se me había olvidado, y mis «educandos» y yo tuvimos que hacernos de un curioso guía, y así me añadí al gremio de los turistas, una vez más, y en mi propia tierra, consagrada a las palabras de un extraño personaje, que de no ser porque a cuenta gotas me fui acordando de algo, me pudo haber dicho que ese lugar era en realidad una pista de aterrizaje de extraterrestres, que me lo hubiera creído. Sólo me faltó colgarme la cámara al cuello (que de no ser porque el lazo es un tanto corto en la mía, quizá lo hubiera hecho) para, además, añadirme la etiqueta estereotipada del turista oriental, fotografiando todas las nopaleras y gránulos de tierra.teo.jpg

Al final del día, mis «educandos» y yo, además de exhaustos, terminamos bastante complacidos, acompañados de un dúo de guitarras y canciones mexicanas, tacos de pollo, enchiladas, una buena salsa picante y una bien servida y fría michelada. Vamos, toda una relación cuasi típica de lo que los nacionales vendemos como la ruta de la «mexicanidad».

Nadie es profeta en su tierra (II)

Esto de reconocerte turista en tu propia ciudad es algo vergonzoso. Cuando tuve que preguntarle a una pareja de norteamericanos cómo funciona el Turibus (obviamente en inglés) y luego comentarles que para mi desgracia no poseía información al respecto, aún habiendo vivido aquí toda mi vida, no supe si les dí vergüenza o ternura… Al final del día te complaces, porque no sólo vas de guía improvisado por una desconocida ciudad de toda la vida, sino que te haces de tu propia colección de fotografías monumentales. Hay quien dirá que me puse en el papel del turista exagerado, pero cómo explicar que tengo fotografías de todas las ciudades a las que he ido (y son pocas) pero nada de la mía…bell.jpg

 El Turibus es un simpático autobús con un segundo piso al descubierto, y para abordarlo pagas una cuota (cien pesos) por día que te otorga el derecho de subir y bajar en cualquiera de las paradas las veces que quieras… Te dan además unos audífonos de «cortesía» para que puedas conectarlos al asiento y escuchar la grabación en tu idioma de preferencia sobre los lugares por los que vas circulando (o para tu i-pod). Este «eco» te va acompañando, y cuando no hay nada relevante escuchas una serie de versiones de música mexicana… A la altura en la que te encuentras puedes prácticamente estirarte y tocar los cables de electricidad que ondean los cielos de la ciudad al mismo tiempo que te deleitas con lo que la gente va dejando sobre ellos (porque no sólo hay zapatos o agujetas), como por ejemplo los audífonos del Turibus… Hasta pena te da verlos ahí colgando, «Malagradecidos» llegas a pensar. Lamento informar que para toda acción hay una reacción, y los audífonos se lo buscan. Bueno, en realidad a causa de la grandiosa instalación eléctrica del autobús, los asientos te pueden dar toques, y los canales de audio se cambian solos, así como el volumen se sube o se baja a su gusto personal, a la vez que cuando sientes un toque eléctrico que se abrió paso hasta llegar a tu oreja, también quieres colgar los audífonos en el siguiente cable al que le atines.ang.jpg

 El clima de la ciudad es para tomarse en serio, porque a pesar de ser privilegiado (ni tant que queme el sol, ni tan poco que no alumbre) hay que ir preparados; llevar sombrilla, bloqueador, visera, gafas de sol, y hasta una muralla de protección, porque cuando no hay lugar en el piso inferior del Turibus, no puedes bajar (a excepeción de que lo que caiga del cielo sea agua), y es que es verdad que no sólo cae agua del cielo, sino que parece que hasta las piedras se asoman desde las nubes, cuando se suelta el aironazo inadvertido justo cuando pasas por una de las secciones de nuestro seccionado y poco valorado Bosque de Chapultepec, y no hay sombrilla que te salve.

Sin embargo, al final del día, te hayas bajado en donde te hayas bajado, vale la pena, al menos hacer el recorrido por ahí… Ya si decides bajarte en cada lugar para echar un vistazo, necesitas por lo menos tres días de excursión. Esto de ser turista en la Ciudad de México, mi ciudad, vale la pena, y ojalá el motivo para hacerlo no fuese el tener que acompañar a algún fuereño, sino también el saludar a todo aquél que puedas, no sólo en las calles, sino incluso cuando husmeas en las ventanas de sus casas desde el autobús y ganarte un par de puntos con cada sonrisa provocada.ala.jpg..

Nadie es profeta en su tierra (I)

Pocas frases se vuelven tan exactas en momentos tan específicos. Y es que siempre hablamos de nuestra casa, de nuestra tierra, de nuestros lugares, pero no es hasta que te enfrentas con conocedores, o te depliegas en un papel de guía turística que hasta escondes lo que se supone que sabes porque no logras condecorar un orgullo que descubres malgastado. Hay mucho que ver en una ciudad como la Ciudad de México, y muchas veces te das cuenta cuando un extranjero te cuenta de sus andanzas, o te enseña sus descubrimientos, df100zc.jpgporque a fuerza de costumbre uno cierra los ojos. Bien dicen que ciego no es el que no ve, si no el que no quiere ver. Llevo apenas una semana entre familia y «dar la vuelta», y he terminado por llevar a mi prima que hace quince años no veía a caminar por calles conocidas, a vagar sin rumbo, a compromisos insondables, y quizá lo único mío que le enseñé es el viejo bar donde voy por mi calimocho por lo menos de vez en cuando, y las quesadillas de Elizondo (que prometo llevarla a las quekas de Lomas Verdes, y quizá a la barbacoa «Los Tres Reyes»). Vamos, que una ciudad también depende de cómo la vivas… Y sí, a mí me encanta la Ciudad de México, y a pesar de todos los puntos no favorables que carga en su conciencia, no deja de ser bonita, sólo hace falta observarla un poco… Quizá nos sorprendan los cambios reales que ha tenido en los últimos años, cuando alguien menciona qué le gusta, y te des cuenta que tiene rato que no te fijabas… Esos cambios cotidianos son dignos de contemplación, pero no es sino en retrospectiva y porque un comentario te obliga a quitarte la venda de los ojos, que vas descubriendo algo un tanto más grande. Nadie es profeta en su tierra, aún cuando lo poco que puedas comentar resulta emocionante para aquél que desconoce viejos parajes, y aún cuando puedas hacer labor de bufón, te quedas con el gusanito de otros lugares (aunque no sean museos o ruinas) que sean tuyos… Mostrar tu ciudad. Yo me he encontrado bastante perdida, al darme cuenta que pocos lugares de esta ciudad los he hecho míos, y pocos puedo compartirlos, porque entre tanto ir y venir y tanta costumbre, que he perdido esos lugares tan particulares que uno va volviendo propios… Me falta retomar muchas cosas, y quizá volver a encontrar esos huequitos…

Somewhere Over the Rainbow

Hacía tiempo que no me tomaba unas vacaciones así, aunque eso del Gemütlichkeit aún no se me da del todo bien, pero sí dejé a un lado los libros, la pluma, la inspiración, la red, y me puse a eso de los pasteles y las galletas… Las fiestas terminaron y este mes de completa soledad en casa, se tornó en un sinfin de emociones. Resultó en una completa coincidencia para con la época del año, la glotonería, y la desaventurada lejanía de la sangre, pero sí se resume en un mismo momento. Se supone que las personas no cambian, y ahora que las vacaciones han terminado, o que he regresado a lo de siempre, también me he encontrado disfrutando lo de siempre.

En los años treinta se compuso la canción «Somewhere Over The Rainbow» para la película The Wizard of Oz, y se ha llegado a considerar la mejor canción del siglo XX. Yo no suelo hablar de música, a pesar de tener un curso intensivo gracias a Pookie, y no porque no quiera, sino porque no sabría hacerlo con la seguridad de no dudar, pero esta canción es como una vuelta a lo de siempre para mí, al principio. Tengo en mi poder varias versiones de ella por artistas como Aretha Franklin, Ray Charles, Slash, Mago de Oz, Fiona Apple, y Judy Garland, entre varios, y aún me falta conseguir bastantes, y no es que las quiera todas, porque tampoco es tanta mi obsesión (¿Qué tanto es tantito?). A los que me conocen, supongo les sorprenderá que esta canción no sólo me saque lágrimas, sino que llegue deshacerme por completo en llanto (para los que no me conocen no tengo comentarios debido a lo que en este momento han de estar pensando). No sé si se trata de la melodía o la letra, o la combinación, pero cada una por separado lo logra, y yo no vi The Wizard of Oz más de tres veces, es más, no relaciono la canción con el filme.

Con todo esto he de regresar al principio de tantas palabras, y es que después de las «vacaciones», del remolino interno, y del resultado positivo (o eso parece, por el momento) regresé a la misma canción, y volví a buscar versiones (agradecería cualquier aportación, en serio) y no dejo de lagrimear y moquear. Por eso quería compartirles dos versiones; la primera, y con la que abrí hoy, de Slash, un solo de un grande de la guitarra; la segunda de Mägo de Oz, por lo que les pido que no se fijen mucho en el acento, son españoles, la versión más reciente que obtuve…