Grandiosa dislexia

Esto de la personalidad tiene más de persona que de glamour fotográfico, y en su misma procreación del tú y yo aún están los abismos de los traumas y las nalgadas no lloradas por orgullo. Obviamente ni psicóloga ni socióloga reconocida, y menos ante tanto cinismo, pero sí algo de inquisitiva, exploradora y en algún lugar científica. Pero qué decir de tanto y no dejar fuera la vergüenza. Ese colorete en la cara, y el deseo de que no hubiera pasado me parece producto de pedazos de cera que caen cuando hacemos una mueca que no encajaba con esa careta que creemos que somos para otros en un momento determinado. Tanto trabajo en crear esa imagen, en creer que sabemos cómo nos definen cuando no podemos ver nuestras propias pupilas se reduce a querer un vidrio opaco por el que podamos ver hacia afuera, desando que no noten lo que pasó, y que nadie se acerque lo suficiente para ver ese «yo» un tanto sombrío. Sí, es posible que eso que somos nos parezca el derrumbe de una fantasía que tenemos de nosotros y aseguramos que es lo mismo que tiene el «otro nosotros» del «yo». Somos tan «nosotros» cuando queremos ser «yo» que pocas palabras faltarían para descubrir a miles de «yos» sicóticos-psicópatas-disociados-autistas, sólo que nos salva la catalogación clínica por no caer en el otro lado de la cuerda floja. No quiero abusar de este respiro de grandiosa dislexia para promover el exorcismo de la ciencia de la camisa de fuerza, porque finalmente solo me senté a ver una larga, lenta, completa y tan vacía película, en la que la pasividad ante la desgracia y mi falda de lagrimeo acostumbrado, que me conmovió en el asombro de mi propia falta de sorpresa. Me aterra más pensar cómo la realidad no me alarma tanto como la ficción, pero es momento de un punto, y citando a Vicente Leñero: Aquí va el punto. Punto.

Algo como una contraportada (y ii)

Para casi todo hay un desplome de egoísmo, incluso en la misma lectura. No hay aprendizaje que no sirva para algo, y no hay enojo que no vaya más allá del reconocimiento propio. Yo digo que y no podría ser analista de economía, pero hay un rincón de mi cerebro al que le gustaría dejar un poco en pausa toda posibilidad remota. Gusto de la lectura porque se torna vivencia, y olvido los nombres de los personajes porque al abrir un libro se es todos y ninguno. Terminada la historia hay un solo yo y finalmente es un mismo nombre el que los engulle a todos. Leer esa contraportada a medio camino puede entonces resultar molesto porque se trata de la mirada de alguien desde el otro lado del espejo, observándote mientras eres todos ya la vez ninguno. Es como la voz de la experiencia que te dice qué habrás de experimentar, pero nadie escarmienta en cabeza ajena. Quizá por eso me resultó tan terrible el sentimiento de ese profesor al narrar su experiencia sin ahondar en sentimientos. Eran palabras de acción repetitiva, como de una tarea. De alguna forma y a mis ojos se había apartado de la propia emoción que genera todo lo que se hace. Leo porque es una forma de vivir, y porque cuando vivo yo veo desde mi lado del espejo y no puedo aceptar un resumen que alabe a un escritor por lo que escribió mientras lo leo, porque esas palabras son mías mientras las leo. Quizá por eso no puedo aceptar un libro por su contraportada; si me dicen lo que voy a encontrar, sentir o descubrir, prefiero no hacerlo; si hay un juicio de real o irreal, prefiero no descubrirlo. Es mejor ir a ciegas, como en el mundo, en donde algo esperas, sobre todo del final de tus acciones, pero en el que nadie ni nada te puede contar lo que habrá en el durante.

Algo como una contraportada (i)

Recuerdo a uno de mis profesores de literatura mencionar cuánto detestaba ser artífice del texto de la contraportada del libro. Más allá de que fuera la obra de un amigo, o sólo algo para poder pagar la deuda de los chicles, lo vio como una falsa artimaña que de alguna forma lo prostituyó. Al menos así lo interpreté yo. ¿Qué decir en la contraportada de un libro? ¿Qué puedes decir acerca de una obra a un desconocido lector. Es un gancho publicitario que apoya al título, quizá poco convincente, y en caso de que el autor sea conocido o privilegiado, esa contraportada contará con fuentes famosas, desde otros autores o críticos de periódicos, que de alguna manera logran justificar no sólo la lectura para el curioso, sino la existencia de los numerosos ejemplares publicados. Resulta en una confirmación satírica de que alguien ya leyó la obra. Al final se trata de una transacción monetaria para aumentar la publicidad del interés editorial para recuperar la inversión. No todo es tan deleznable. Según la calidad de la obra los padrinos tienden a ser mejores, pero los  comunes mortales corren con bautismos de menor calidad y prestigio: un texto anónimo que detalla parte de la obra y en muchas ocasiones introduce juicios de valor.

No entiendo esta forma de escribir
No entiendo esta forma de escribir

En alguna ocasión comparé diferentes editoriales ante la misma obra; la calidad y el precio del producto varían también en la fuente y la calidad del texto de la contraportada. Me gusta creer que aquellas editoriales que se dan el lujo de no poner nada ahí detrás creen en el título y en el valor del texto en sí, pero al dar la vuelta a la portada recuerdo que se trata de un título clásico, de viva voz, que se vende por sí mismo, aún cuando sólo sea para una obligación escolar. No elijo un libro por su contraportada, en ocasiones prefiero abrirlo y leer una frase a la mitad, o después de leer el título aventurarme a leer la última palabra de todo el texto, sobre todo si no conozco nada en particular del libro en cuestión. Cuando llevo leída la mitad de la obra es cuando me aventuro a leer ese texto complementario y comparo experiencias, y por lo general me pregunto a quién le dieron la autoridad de escribir ese texto…

Insomnio

-¿Sufre usted de insomnio?

-Sólo cuando no duermo…

Popularmente se decanta que «a todo se acostumbra uno, menos a no comer» y hay que reconocer que en muchas, por no decir la mayoría, de las ocasiones no es motivo de orgullo decir que te acostumbras a algo (personas, crisis, criminalidad, vicios…). No quisiera llegar a decir que me he acostumbrado al insomnio, sobre todo porque el mío no lo catalogo como crónico y sólo cuando en verdad de día no funciono de manera más o menos coherente es que busco algún tipo de remedio que me ayude a solventar alguna de esas ya más esporádicas noches. El acostumbrarse a algo, lo que sea, viene acompañado de una serie de ventajas, y debo reconocer la falta de información personal al respecto que he encontrado en la red. Pero el no dormir tiene ventajas que en pocas ocasiones nos atrevemos a enlistar, aún sabiendo que para los cánones que marca el ritmo del mundo y nuestra biología no es sinónimo de salud, y seguro que hace falta encontrar algo que te motive mientras luchas inútilmente por encontrar una posición para poder dormir esta noche mientras la cama ya no parece cama y el reloj parece culpable del paso del tiempo.

Insomnia at its finest

Hay cierto poder en el insomnio que atañe a los artistas, quizá por la soledad, el silencio y la capacidad de reflexión que se genera si se le da la oportunidad. Es el insomnio algo tan íntimo que compartirlo con otro insomne puede resultar incómodo, como que alguien lea del mismo periódico que tú a tus espaldas. Se torna silencioso, como si el llenarlo de sonidos fuera a espantar a los fantasmas, los pensamientos y los sueños lúcidos. Es como si de verdad, con la falta de sol, encontraras a ese yo que está del otro lado del espejo intentando llamar tu atención para tener un punto de vista distinto. Se resuelven cantidad de cosas y se piensan muchas más, pero definitivamente tiene un lado reflexivo que también se aprende a apreciar. Además muchas veces durante el día no eres capaz de escuchar el sonido de tu propio corazón, y reconocerlo es también parte de un gusto adquirido, como si de reconocerse al espejo se tratase.
No siempre el insomnio es tiempo perdido, puedes leer novelas enteras sin interrupciones, organizar, limpiar y hasta reordenar toda tu colección de revistas. Puedes navegar en la Internet y descubrir curiosidades, noticias, detalles, o mercancía que es obvio que algún insomne a creado, y entre lo ridículo, útil o ingenioso que pueda resultar, te molesta que a tu yo insomne no se le haya ocurrido antes.
Yo no soy fan del insomnio, y no cargaría un pin o me pondría una camiseta para gritarle al mundo algo como «Insomnia ROCKS!», porque al final de la noche es mi insomnio, mío, aún cuando en igual número de ocasiones desearía que no lo fuera, pero aprendes a quererlo cuando puedes.
Es creativo, de ahí que no se culpe a un pintor, escritor, cineasta o profeta que demuestre un aire ojeroso, canso y alienado durante el día siempre y cuando haya una obra «digna del reconocimiento de los durmientes» para seguir inflando los bolsillos y el ego de sus descubridores.
Finalmente si no fuera por un leve ataque de insomnio no estaría escribiendo esto o ver series de televisión que nunca me atrevería a decir que las veía cuando eran un estreno, y menos ahora que ridiculizan el avance del presente.
Encontré muy poco en la red, al menos en idiomas legibles para mí, sobre otros que gusten encontrarle ventajas al insomnio, y por eso les recomiendo le echen un vistazo, sólo por si acaso AQUÍ…

Girasol Insomne

girasoldemente@yahoo.com.mx