Día de la independencia

Es alevosía, alevosía pura la de Doña Manuela. Entre canto e historia la sábana solo recuerda el calor y Manolita, Manuela, se deja llevar como sin querer mientras ríe el llanto y plena la huida. Ella sabe que no se quedará. Sabe de antemano que se cansará de lo mismo, del letargo, y antes de que llegue, huye sin decir nada. Es alevosía porque ya sabe que no es aburrimiento, solo hambre de soledad. Y es tal el hambre que casi sin darse cuenta desaparece después de prometer un «para siempre».

Ese carácter no lo heredó de su madre. Probablemente del bisabuelo de prisa y corre, del que no supo nunca nada y poco le contaron. De su madre aprendió a no usar máscaras, y es que usaba tantas que aprendió a abusar de la de mártir y la exageración. Se llamaba Dolores, Lolita la mamá de la Manola, la Manolita, tan de pueblo, falda y media, que Doña Manuela no pudo más que heredar el sentido de la moda por fuerza del todos los días. ¡Y es que hay costumbre más por descuidos que por fuerza!

Entre ramo y rosa, media y falda, Doña Manuela salta, con esa sonrisa tan desinhibida, tan suya y tan inalcanzable. Ríe, canta, La Lola orgullosa de ya no ser su responsable, y el pueblo canta, grita y bebe. Esa Manuela es toda una Dulcinea y a la vez tan quijotesca que el novio se olvida entre el tumulto. Liga aguardiente y un toque de orujo, mientras Manolita sólo piensa en el par de alpargatas que vio entre sus regalos. ¡Sus alpargatas! Sin darse cuenta dejaba de ser La Manola, la Manuela, para ser Doña Manolita entre tanta caja, tanta joya tanto dueño. Ese novio, que podemos llamar Juan, Xavier, Pepe o Godofredo, orgulloso mastodonte quiere demostrar su hombría y la carga en brazos para alejarla a firmar su promesa. «Para siempre» dijo Doña Manuela, pero tanto tiempo es tan poco… Tan poco que acabando de ser cuenco de un desconocido desabrido, calzó sus alpargatas, montó su sonrisa, y se despidió carretera arriba hasta el alba de la primera ciudad que pisaba en su vida. Doña Manuela, Manolita, querida Manola, hasta siempre bienvenida a tu despedida de Manuela. ¿Qué será de ti cuando recuerdes uno de esos sueños con señuelo que en aguas claras no daban para llenar la olla?

Doña Manuela

manolita, sin joya, sin dueño

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