No es la primera, y muy seguramente no sea la última, como tampoco soy la única persona que abandona una noche de sueño por un mosquito. No será del tamaño de los mosquitos de Luisiana, ni así de agresivo, de hecho esta noche es bastante joven (por lo que puedo deducir del zumbido) y no tan hambriendo (apenas llevo dos piquetes reconocidos), pero, ay cómo lo logran. Pénsandolo a fondo podría darme el lujo de no comentarlo, culpar al calor, y añadirme a la lista de sufridos que no sabemos dónde escondernos cuando el sol y la presión, en todo su esplendor, hacen mella de nuestra necesidad de una cama fresca, aire respirable, y vientos vigorizantes. Y es que se trata de un animalito, insectillo, de tan poca monta, que en proporción de tamaños resulta una ironía que logren irrumpir el sueño, desasosegar bostezos y, simplemente, alejar incluso a las ovejas numeradas (que no numerarias). Prendes la luz y no lo encuentras, muevas lo que muevas, resoples, amenaces o dosifiques por los aires. Puedes cubrirte en colonia o repelente, que si ya te picó una vez, lo hará de nuevo, porque no somos camaleones (seamos sinceros, no nos sale bien eso de disimularnos con el entorno, y menos si no es natural). Te haces de un plan de ataque, y decides esperar pacientemente a escuchar ese zumbido acercarse, y acercarse y acercarse a tal grado a tu oreja que sueltas tremendo manazo con un único destino: tu cara. Si nada resulta, decides recurrir al ahogo total, intentas atraparlo bajo las sábanas de tu cama, donde quizá muera de calor o aplastado, pero es raro que aparezcan a la mañana siguiente. Si lo logras y dejas huecos lo suficientemente grandes, logrará alimentarse ahí dentro. Quizá la opción sea cubrirte hasta las orejas para que no encuentre ni un milímetro de piel atacable, pero, ay el calor, ese calor, y la falta de aire fersco, te obligan a escapar del encierro y tomar tremenda bocanada de aire, que hasta el vecino de la cuadra de atrás se entera que sigues vivo a pesar de la cantidad de insecticida que se adueña de tu habitación.
Terminas abofeteado, picoteado, molestado y ojeroso, mientras el mosquito parece muerto de risa y con plena intención de repetirlo. Total que terminas perdiendo, porque por aquello del tamaño, que antes resultaba irrisorio, me temo que hay más de tí que del mosquito, y si lo pensamos matemáticamente, a más área de alimento por menos mosquitos, más comida, ergo saldrás picoteado porque así lo demanda la lógica, y si el calor apremia, es seguro que será más fácil hacerlo sin tener que recurrir al vuelo kamikaze, o al vuelo de aventura debajo de las sábanas. Pero, ¿perder el sueño por un mosquito?,¿sacrificar preciadas horas de descanso, placer y ensoñación por algo tan insignificante a simple vista? Vamos, que es cuestión de seguir dándonos golpes de pecho por el mundo, creer que somos sus dueños, y sucumbir ante tan pequeña criatura…
Bien lo vale agregarlo a las incógnitas de la vida, porque finalmente tan pequeño, con tan poca capacidad de comer en cantidades significativas para nosotros, y provocando tremendo escozor en la piel, es para entregarles el récord guinness, eso sin añadir el récord de noches de insomnio en su haber, que bien podrían sumar horas y horas de tiempo perdido, porque si acaso lo aprovechamos para escribir un blog y evidenciar nuestra falta de vergüenza, ingenio, y fortaleza, que resulta lo mismo. Quizá las noches menos orgullosas de mi vida, las ojeras menos valiosas, y los resultados menos exquisitos, pero siempre serán bienvenidas opciones para evitar golpes, torceduras y encierros.
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