Improperios

En la televisión se pelean por dinero, y tras los guantes qué no tengo peleo por ganar una batalla que no he anunciado. Me gusta que me apapachen pero nunca sé cómo pedir un abrazo. Este juego de mujer te obliga a olvidar que eres más que un pañuelo desechable. Sudas frío y te duelen los pies por el frío que no sientes, pero quisieras. Te hablas en tercera persona y te describes cómo desde el sueño de un extraño. Ahora yo, ahora tú, después seré ella y cuando no me-se doy-da cuenta ya no seré-será.
Sé pierde la perspectiva cuando el espejo enturbia el espejismo, al grado de ser demasiado sincero.
¡Ay qué tontería! Palabras más palabras menos, y el sol no tiene prisa para un domingo más, sabiendo qué pretender que será diferente, nuevo, o inolvidable es más improbable que un muerto cantando de alegría ante su tumba.
Basta de improperios, de palabras demasiado sinceras para ser creíbles, y sensaciones demasiado dormidas para tomarse en serio.
Basta.

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La del labio rojo

(escritura automática)

Le sangraba el labio. Le había dolido más el tacto del aire después de haberlo mordido para no escupir la euforia de esas palabras. Siempre le fue fácil tomar la decisión moral, hacer lo que siempre le dijeron, darse la media vuelta y morir por dentro, con esas ganas de no dejarse callar. A veces el orgullo crece tanto en el silencio, que cuando se descubre en el espejo duele, duele muchísimo.

Cállate de una vez, no vuelvas a digerir mi silencio como una victoria de tu palabrería barata. Quizá mañana, cuando quieras hablar te encuentres mudo y entonces sabrás que esta mejilla no se ofrece para recibir el segundo golpe, sólo aguarda la condena de su propia victoria para después otorgarte lo que sabe que duele más: un poco de compasión…

Pensaba sin darse cuenta que en voz alta la escuchaban el policía, la del puesto de periódicos, y sin querer aquella sombra de todos los días. Quizá había enloquecido, pero una oportunidad no se le niega a quien sangra por el labio, como se hubiese recibido un golpe, y que constantemente se golpea las sienes.

No está loca, sólo ahogada, ahogada en esa misma hipocresía de la libertad y la responsabilidad. Tan fácil ser como siempre, tan buena, tan honrosa, tan ideal… Tanta mentira. No quería ser muñeca, no quería descubrirse con los ojos inmóviles, los párpados víctimas de la horizontalidad, y los brazos incapaces de abrazar, las piernas ineptas para correr, y el pelo tan perfecto que pareciera de plástico.

Una vez más, una vez más, y sabrás, lo sabrás, que aquí no hay una vacía que te escucha como una sierva, sí, así, sin más, como lo mismo de siempre, porque ya no más, lo sabrás, y entonces ya no más…

Esconde las manos, se tapa la boca, y mientras lambe su labio prueba la sangre, tibia. Es tan suya como no, y tan propia que sabe extraña. Casi deliciosa, pero no para repetir. No es una textura, ni una temperatura que agrade a la garganta. Se sintió de nuevo como una adolescente, con tanto miedo de que le gustase lo que sabía que no le haría bien…

¡Ya no más, ya no más!

Y bebió y bebió, hasta que se bebió la vida, se coció las manos, y cuando quiso darse cuenta ya la miraban, desde la otra esquina un par de policías, sorbiendo de rojo, dando golpes a un poste y gritando al cielo.

¡Yo no fui, yo no quería, sólo quiero que esto se detenga que pare de zumbarme, detenerme, golpearme y después pisotearme porque esta moralidad no me sirve de religión!

¡Yo no fui, yo no quería!

Se va, la llevan. Será mejor que no la vean esos niños, los que vienen allá en ese camión de escuela. No queremos que los hoyos del sistema sean tan visibles, tan profético. Que no lo vean, que no se den por vencidos antes de tiempo, antes de encajar en el modelo.