Es el cuento de nunca empezar

Él ni se dio cuenta cuál era el propósito, y ella no recuerda cuando perdió las riendas.

Comenzó como un juego, tentando las aguas de un lupanar con una vaga meta de venganza. ¿Venganza por quién? Cayeron máscaras de un lado y se pintaron dudas por él otro, no había salida cuando la razón se había perdido en una apuesta sin contrincantes.

Dos palabras, y luego una mirada para que él supiera que había dado en el clavo y ella que estaba perdida.

Detrás de lo que no enseñaban, él nunca le confesó que ella era su musa, y ella no olvida que él le ofreció su corazón en una noche de copas. Ella nunca le dijo sí, y por miedo a perder él deseo se justificaba en autoestimas.

Mientras llueve en el país de nunca jamás, él no sabe que ella le sueña, le desea, le imagina en cada rincón, que sin darse cuenta ella no le deja ir loa fines de semana, casi como un cariño maternal que la lleva a preocuparse por él.

Juegan, se niegan, y luego entristecen.

Es el cuento de nunca acabar: él le dice ven, ella dice luego para después lanzar indirectas para ser llamada de nuevo. Él vuelve a llamar, luego de vergüenzas para que ella se acerque un poco, pero no se atreva a caminar. Y así de vuelta a empezar.

Se buscan y se pierden la curiosidad y la empatía.

Cuando ella despertó, la maraña había desparecido, igual que el sin sabor del «hubiera» y el suspiro del recuerdo. Él no supo dónde mirar cuando se topó con lo único que había pedido: soledad. Juegos de palabras, miradas intuitivas y un saludo cordial que el tiempo despide entre esquelas y tumbas. Ella deja de soñar con algo que podría ser, y él deja de pensar que ella sueña.

No es amor, no lo será, porque no hay quien lo permita en cada punta de la daga. Y por eso más doloroso, porque entre negación y deseo se asoma la crueldad.

Adiós sin despedida, sin jamás.

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