Gente al azar

Sereno. Descansa la pluma sobre la mesa y mira al vacío. Dejó de buscar hace tiempo una mirada cruzada para conformarse con un sueño invadido de incoherencias. Permanece distante mientras olvida abrir los ojos después de un parpadeo y lentamente esboza una sonrisa, ligera, inaudible y suya, sólo suya. Quizá mañana vuelva a ver esa cabellera ondeando al viento o a escuchar el suave tono de una voz pausada. Quizá mañana.

Cansada. Camina dejando atrás una gota más de sudor. Viene de mirarse en el espejo del baño y no sabe a dónde acudir para encontrar los pedazos de su autoestima. Sabe que su mirada cautiva más de lo que su cuerpo se atreve a realizar, y se pierde en juegos de palabras vacíos en un teclado. Quizá mañana él no juegue a palabras perdidas, a provocarle un aire de asco y mentira. Quizá mañana él la mire más que como a una compañera que podría abrirse a una compañía interesante que podría cobijarlo.

Lento. Apaga su monitor, una vez más, para despedirse del ajetreo repetitivo del un-día-más. Mira de soslayo las pantallas mudas y durante un segundo posa su mirada en esa nuca, una vez más expuesta. Si tan sólo pudiese acercarse, pero ella se esconde tras esos audífonos, juega a que no le importa y en sus silencios denota que hay algo que no encaja. Persigue su mirada y nunca la encuentra. Suspira antes de salir, despidiéndose como si no importase.

Silenciosa. Se levanta una vez más, con vergüenza. Alguien la mirará, notará que el pantalón no es del tamaño adecuado, la blusa denota las formas menos queridas, y teme que su caminar no sea suficiente. Que no me vean, pero que si me ven no les de ganas de no haber mirado, piensa, mientras recoge los pedazos de una autoestima que no le permite creer que puede soñar. Y se va, con la esperanza de que algún día no será así, no estará metida en ese cuerpo.

Soñador. Deja caer la indirecta, esperando ver algo más que su nuca y así poder imaginarla de frente. Quizá mañana se crucen en las escaleras y haya más que un simple «buenos días», si tan sólo tuviese el valor.

Engreída. Mira a su alrededor, convencida de que ha ganado un batalla que no se ha llevado a cabo aún. Se juega la razón por un chisme y se dispone a ofrecerse de boca abierta para cualquier oferta. Mira convencida de que esa «inocente» le ha quitado el protagonismo, y arma una guerra silenciosa de pura omisión.

Inocente. Se enfoca, se pierde, se encierra y cuando se da cuenta hay todo un remolino de historias que no van a ninguna parte. Se descubre protagonista de una historia, y no sabe en qué momento hizo el casting. Está fuera de lugar, y esa cansada no hace más que desaparecer con dos palabras y un oído sordo.

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